SIEMPRE ES DE NOCHE
I
La primera imagen que quiero mostrarte es para mí una especie de estigma:
La noche antes de grabarla, había tenido una revelación: había encontrado por fin el principio de mi película. Al despertarme, lo había olvidado. Decidí grabar mi habitación porque si no podía grabar mi revelación, al menos quería grabar su ausencia.
Desde aquella noche, me obsesioné con la idea de hacer una obra inacabada, una obra sobre su propio fracaso.
Ahora ya lo sé: si estás leyendo esto es porque esta obra ya ha empezado. Siento que he estado esperando este momento toda mi vida. No puedo abandonar ahora.
Pero tampoco sé cómo continuar.
He esperado tanto para escribirte que olvidé casi todo lo que quería decirte.
Pero con el tiempo empiezo a entender que lo que olvidamos, igual que lo inexpresable, forma parte de nosotros de una forma más profunda que todo lo que podemos poner en palabras e imágenes
Por eso he pensado que esta película podría ir sobre esas imágenes que están ausentes.
Durante mucho tiempo, pensé empezar con un silencio, una imagen en negro. Pero por miedo a que no pudieras entender que la obra ya había empezado, he decidido escribirlo en vez de callarlo.
II
Una vez escuché que el primer llanto que tenemos al nacer tiene que ver con la entrada del aire por primera vez en nuestros pulmones.
Después simplemente nos acostumbramos. Igual que nos acostumbramos a todo. Nos acostumbramos a la vida igual que nos acostumbramos al aire, pero nunca nos basta. Y si basta es solo por un instante. Porque la vida es como un vicio, como una inercia que nos empuja a vivir hasta que ya no podemos más.
Si esta idea te produce rechazo, es comprensible. Resulta difícil renunciar a la idea de que somos libres. Aceptar la posibilidad de que no seamos más que una cosa entre las cosas. También yo creí durante mucho tiempo en la libertad y la voluntad como una fuerza irreductible. Pero eso fue antes de que me rompiera en mil pedazos y todos los pilares de mi pensamiento se hubieran derrumbado. Antes de que mi cuerpo me obligara a aceptar la imposibilidad de parar la inercia en la que estamos inmersos.
Si el mundo se parara de golpe, todo lo que no estuviera firmemente sujeto a la tierra saldría volando a mil kilómetros por hora. No estamos preparados para eso.
III
Alguna vez has tenido una revelación? La sensación indudable de que tu vida, de ese momento en adelante, no iba a volver a ser la misma?
La primera vez que tuve una iluminación fue sobre los 13 años. Durante días y meses y años, hasta que solo quedó ya el recuerdo del recuerdo, creí haber encontrado la solución al problema de la existencia: sentí que había encontrado la clave para salvar al mundo.
Lo que pensé fue, según recuerdo después de tanto, fue que si el deseo insatisfecho lleva a la frustración y un deseo satisfecho lleva inevitablemente a otro, el secreto de la vida tenía que ser desear el propio deseo: desear desear. Así no importaba satisfacerlo, porque siempre que deseara algo ya tendría mi propio deseo para regodearme con él. Así no había lugar para la frustración. Así, el círculo se cerraba.
Con el tiempo, esta iluminación se fue apagando, como se apaga todo lo que brilla. Porque todo lo que brilla se consume.
Desde entonces todas mis obras incompletas han sido una forma de esconder y enmendar ese error: el error de querer encontrar una forma de evitar el error, el fracaso y la frustración.
Ahora ya sé que esta idea conlleva un creciente vacío y una deuda con uno mismo y con todo el mundo. Que esta revelación era contraria a la de Buda y ya estaba cogida por el capitalismo.
Pero desde entonces no puedo evitar perseguir ese poder infinito que hay en nuestra mente para imaginar la solución definitiva de un problema que se crea ella misma.
Desde entonces, cada cumpleaños, cada vez que veía una estrella fugaz o acertaba a cogerme una pestaña de la mejilla, nunca supe qué desear. Durante años, pensé que lo tenía todo. Y sin embargo no era capaz de hacer nada más que desear y soñar.
20 años más tarde decidí regalar mi deseo a Claudia al soplar la vela de mi 33 cumpleaños. Lo pedí en secreto por miedo a que al contarlo perdiera su efectividad. Pero si ella no lo sabía, no podría desear nada. Solo después me di cuenta de que tampoco le hacía falta.
IV
A veces salgo a la calle y me doy cuenta de que no puedo hablar con la gente que veo a mi paso. Me gustaría decirle lo que siento al cruzarme con ellos, pero por más que lo deseo no consigo hablar con nadie. Me pregunto por qué cuesta tanto pararse aunque no estemos yendo a ninguna parte.
-¿Estás enfadado?
-No te preocupes, esto son dos días malos y luego se nos pasa.
-Gracias por la sonrisa, no me dio tiempo a devolvértela, pero quería.
Entonces me doy cuenta de que estoy hablando solo. Me pregunto a quién estoy hablando realmente. Como si al no saber a quién hablo no supiera cómo hablar ni qué decir. Me gustaría decir algo para todo el mundo y para mí mismo. Aunque fuera una sola idea que pudiera unir a todo el mundo.
¿Por qué no puedo hablar con un desconocido? Quizá tengo miedo de romper la pantalla invisible que nos separa, de resquebrajar la idea de la costumbre que sostiene la vida de cada cual, de violar las leyes que prescriben los lugares para el acercamiento y las claves que nos permiten relacionarnos con los demás. Supongo que no estamos preparados para pensar que nuestra vida podría ser de otra forma, que podríamos ser más libres de lo que somos, que la vida se sostiene en una inercia que permite un pequeño margen de espontaneidad, que nuestro mundo se resiste a cambiar porque, para hacerlo, debería romperse en pedazos, estar siempre dispuesto a romperse sin fin, por toda la eternidad.
Desde que era niño solía vivir mi vida como si fuera un relato. Como si estuviera imaginando lo que realmente estaba viviendo.
Me pregunto en qué momento soñar se vuelve algo cotidiano. En qué momento nos acostumbramos a la vida que llevamos y a no poderla cambiar. A ver en las películas otras vidas en otros lugares y pensar que nunca llegaremos a experimentar cosas distintas o épicas o vivir hazañas que de niño nos parecieran posibles en el futuro.
Me pregunto si quien vive constantemente cosas distintas se acostumbra también a eso.
Siempre quise vivir cosas dignas de ser contadas y siempre me preocupó no tener nada que contar. Quizá por eso siempre imaginaba peleas y catástrofes. Quizá porque en este mundo la violencia siempre es una posibilidad. De pequeño, siempre soñé con ser un aventurero, un viajero que fuera a correr mundo, salvando a los seres que encontraba a su paso como el muchacho del cuento que siempre me contaba mi abuelo, pero realmente nunca fui capaz. Ahora me pregunto si un viajero puede hacer del viaje su hogar. Aún me pregunto cómo se puede encontrar lo extraordinario en la cotidianidad.
V
Contar la siguiente iluminación que recuerdo es para mí una confesión. Fue la vez que más recuerdo de cuando empecé a fumar. Quizá la única que recuerdo en realidad.
Lo que recuerdo fue que de repente, por un momento, sentí que despertaba en el mismo sitio. Sentí que me despertaba sin haberme dormido. Como si la vida misma fuera un sueño. Pero entonces volví a despertar de nuevo.
Por un momento entendí que la vida en realidad era un sueño dentro de un sueño.
Pero luego volví a despertar. Una vez. Y otra. Sentí que ya nada volvería a la normalidad. Nada volvería a ser lo mismo.
Ahora que lo pienso quizás es cierto. Pero me he acostumbrado y no puedo verlo. Desde entonces me persigue la idea de que lo que llamamos realidad no es más que un sueño. Como si pudiera volver a despertar en cualquier momento. Como si nuestra vida no fuera más que un sueño colectivo, un cuento que nos contamos entre todos, un gran relato hecho de infinitos fragmentos, más allá de los cuales no hay nada más. Pero nunca volví a experimentar lo que pasó aquella noche.
Aún me pregunto: si la vida es como un sueño, ¿se puede despertar?
Desde entonces fumar se convirtió en mi forma de mantener ese estado onírico, de vivir en un estado de constante asombro. ¿Para qué tratar de vivir mi sueño si puedo soñar que lo vivo?
Todavía hoy me gustaría preguntarte: "¿tú también estás soñando, o solo eres una parte de mi mismo sueño?". Si al estar leyendo esto no estamos participando del mismo ensueño aunque en momentos distintos.
Desde aquel entonces el sueño de mi vida empezó a repetirse cada vez más idéntico a sí mismo. Cada día más, empecé a caminar el mismo camino. La costumbre se fue abriendo lugar en mi día a día. Durante años, acabé yendo cada día a comprar algo de fumar. Cada día compraba el mínimo para tener la oportunidad de parar. Pero al final, hasta hoy, siempre acabo donde siempre, después de andar el mismo camino cada día, para escribirle en silencio a la gente de mi alrededor que a veces, aunque no la conozca, siento que la quiero.
De esta época, que por mucho tiempo consideré la mejor de toda mi vida, sólo me queda, que yo sepa, un gran vacío.
Solo después de muchos años pude entender que el vacío es la fuente de la plenitud.
Pero al igual que el espacio vacío de la página, tiene un precio. Y una función.
VII
Poco a poco fue profundizando en mí la idea de que en nuestra historia todo está escrito, incluso nuestras dudas y nuestros gustos, porque no elegimos persuadirnos ni elegimos lo que llama nuestra atención.
Siempre que la conciencia aparece, ignora su historia. Cargamos con la necesidad de querer unas cosas y rechazar otras. Pero si queremos que la libertad de elegir cuáles no sea una condena, aunque llegáramos a ser libres, aún tendríamos que liberarnos de la libertad.
Desde entonces cada vez me persigue más de cerca la idea de que no existe una sola prueba de la existencia de la voluntad. He buscado esa prueba por todas partes. Pero definitivamente no existen.
VIII
Solo años más tarde recordé que por aquel entonces, cuando empecé a fumar, había pensado que abandonar una adicción podía ser esa prueba, esa experiencia propia de que la voluntad existe.
Durante más de 10 años, olvidé que me había permitido empezar a fumar para dejarlo. Durante más de diez años, olvidé que estaba luchando una batalla que yo mismo había creado. Desde que empecé a fumar, ya lo he intentado dejar tantas veces que no sé si cada vez estoy más cerca o estoy más lejos. Me he vuelto todo un experto en dejarlo y volver a retomarlo.
He tenido muchas revelaciones desde entonces, pero he olvidado la mayoría de ellas.
Si me pregunto porqué no tengo imágenes de esta obra, está claro, lo dice la expresión: siempre estaba ciego.
Pero la pregunta es: ¿veo ahora?
Pero, ¿y qué es ver?
IX
La última revelación que tuve fue que esta obra/película podía ayudarme a dejarlo. Que grabar mi vida podría servirme para vivir la vida que deseaba vivir. Que podría darle un sentido a todas las revelaciones que he olvidado. Y liberarme por fin de las que recuerdo. Podría grabar esa búsqueda de la voluntad hasta encontrar una huella de su existencia. Y al final, cuando la encontrara, por fin lo habría dejado, por fin podría compartir esa clave de la existencia: la clave de la libertad. Llevo toda mi vida aprendiendo a ser feliz, deseando compartir ese aprendizaje. Pero ya no puedo esperar más. He llegado a pensar que solo me estoy engañando, que esta película se ha vuelto otra excusa. Que sigo volviendo a fumar para volver a dejarlo. Y grabarlo. Que no estoy haciendo esta película para dejarlo sino para seguir fumando. Que mi adicción más profunda es acabar esta obra incompleta.
Tengo que confesar que he perdido el argumento de esta historia. Cada vez siento que se acerca más el final y cada respuesta que encuentro, cada momento de iluminación me lleva a otra pregunta. Por eso he pensado en leerte todo esto y grabarlo. He pensado en pedirte ayuda para acabar por fin esta obra. Lo he pensado tantas veces y he estado tan a punto, cada vez más cerca, que ya no sé si desconfiar.
Siento que no puedo salir de ella.
Cada vez que lo intento, que me predispongo a hacerlo, siento que no tengo nada que decir. No quiero simplemente leerte todo esto, pero tampoco encuentro una forma mejor de explicártelo.
Es entonces cuando recuerdo que esto ya lo he pensado antes, incluso más veces de las que recuerdo. Pero siempre acabo pensando que para compartirlo tengo que acabarlo, llevarlo a un punto donde sea comprensible y al final siempre acabo abandonándolo. Como si esta película hubiera acabado ya muchas veces. Pero al final siempre acabo volviendo a este instante, en el que me doy cuenta, y siempre me recuerda aquella primera imagen. Aquella habitación. Como si fuera un deja vu eterno. Como si todas mis iluminaciones fueran la misma. Es entonces cuando me doy cuenta de que en esta película el clímax fue al principio.
Que no puedo seguir esperando el momento perfecto. Porque ese momento era cualquiera.
Entonces siento que esta historia ya ha acabado. Siento que soy yo el que se aferra a ella.
X
¿Sabes esa sensación de que por un momento tu vida es como una película? Yo llevo tanto tiempo buscando esa sensación que ahora no puedo salir de ella. Siento que se repite constantemente y no puedo pararla. Que ya ha acabado muchas veces y no puedo evitar volver a empezarla.
Ni siquiera puedo pararla. Pero es lo único que se me ha ocurrido. Si no puedo parar esta película, quizás pueda parar yo mismo, como un acto de rebeldía contra la inercia del mundo. Renuncio a actuar, aunque solo sea por ver lo que pasa. Aunque solo sea para ver si soy algo más que un personaje dentro de esta película.
Entonces me paro lentamente en medio de la calle mientras voy de camino a pillar y cierro los ojos hasta que no puedo más.
Entonces, al abrir de nuevo los ojos en medio de la calle, veo que una persona con gafas de sol se acerca hacia mí con el bastón en mano y me aparto en el último instante. Tengo la sensación de que esto ya me ha pasado antes. Pero no sé lo que esta anécdota significa. Ni tampoco porqué he decidido escribirla.
XI
Conoces la idea del eterno retorno? Esa antigua creencia según la cual cuando mueres, olvidas lo que has vivido y vuelves a nacer. Y vuelves a vivirlo todo exactamente igual. Y así cada vez que mueres, infinitas veces. Siento que estar atrapado en esta película es un círculo parecido.
Recuerdo que de pequeño, cuando tenía un deja vu sentía que era como si hubiera visto el futuro, pero lo hubiera olvidado. Como si pudiera ver el destino pero sólo en el preciso momento en que lo vivía. No sabía de qué podía servir este poder. Así que empezaba a hacer cosas raras, aspavientos y muecas que nunca haría. Pensaba que así quizá podría cambiar el futuro.
Entonces, mientras voy de camino a comprar una vez más para volver a fumar, suena Me and the Devil y justo coincidiendo con el clímax de la canción, cambio de improviso mi dirección en la última encrucijada. Luego vuelvo a hacerlo en cada esquina, bruscamente en el último paso, caminando y cambiando de dirección al ritmo de la canción.
Apenas acabó de sonar había olvidado qué me hizo cambiar de sentido. Simplemente decidí en el último segundo: sentí que tenía que sorprenderme a mí mismo. Quizá por eso cuando encuentro la voluntad siempre la olvido.
A lo mejor solo si aceptamos que no existe una prueba de su existencia, que no hay una fórmula definitiva, solo entonces podemos volver a experimentarla y a descubrirla. Quizá sólo entonces podemos entender que la vida consiste justo en esto: que la voluntad debe probarse a cada instante. Quizá la única manera de ser libres es renunciando a saber qué va a pasar.
"Se dice de la sombra que nos sigue, pero de hecho ella nos ha precedido siempre, y nos seguirá. Como la muerte: hemos estado muertxs antes de estar vivos, y lo volveremos a estar."
-P. Baudrillard.