El invierno anterior escribí:
"He pasado de no tener nada que escribir a no tener que escribir nada."
"Llueve
y yo
bebo agua."
Después de diez años como fotógrafo social, he estado dos años viviendo en la Sierra de Huelva sin apenas coger la cámara. En ese tiempo descubrí la meditación zen, después de un largo camino, hasta parar profundamente y descubrir la plenitud que hay en el vacío. Desde que pude notar en mí mismo lo profundo que era el bienestar que encontré en esa quietud y la vida en la naturaleza, quise compartirlo con todo el mundo. Paradójicamente, ese deseo perturbaba mi calma porque no sabía cómo podía comunicar lo que estaba encontrando. En el budismo se dice que la mente de Buda es como un espejo pulido que refleja todo a la perfección, pero nada se queda sobre él. Sin embargo, la cámara es un espejo con memoria.
Con el tiempo, la meditación caminando me permitió comprender que todo lo que refleja la cámara es nuestro propio reflejo. Pero para llegar a ver esto, debemos pulir nuestra mirada, debemos limpiar nuestra actitud, renunciar al resultado en pos del proceso, entregarnos a lo que vemos en lugar de tratar de capturarlo. Así, podremos detectar en nuestra búsqueda de la fotografía la tensión que nos aleja del momento presente, creando el conflicto en que vivimos tanta gente entre lo que es y lo que pensamos que debería ser, para poder encontrar, con paciencia, la quietud que nos lleve no solo a nuestra paz, sino también del mundo en que vivimos.
"A quien aprecia plenamente
un simple rayo de sol
las diez mil cosas
no pueden cegarle".
"Aunque las amemos, las flores se marchitan.
Aunque las odiemos, crecen las malas hierbas".